Gutiérrez Vega en sus 70 años
por Ricardo Venegas

El poeta Roberto Vallarino escribió: “Quienes realmente son escritores por vocación continuarán luchando por recordar que la literatura es la imagen de un mundo sin imagen y ellos los encargados de solidificar y renovar este espejo”; desaparecido recientemente, Vallarino hizo hincapié en los artificios mencionados (también) por Gabriel Zaid de quienes piensan que la poesía es un “facilismo inocente”, noción generadora de “una enorme cantidad de personajes con ansias de convertirse en demiurgos de la palabra” (Vallarino, sic).
La obra de un poeta que celebra sus setenta años con logrado oficio y serenidad se ha escrito en otro mapa. Hugo Gutiérrez Vega ha conocido muchas sendas, la principal de todas: la poesía. Al andar este camino edificó su alquimia para salvar el viaje, de tal forma que la erosión (cómplice del tiempo) no advirtiera que alguien anduvo nómada en sus tierras.
En Las peregrinaciones del deseo, libro que reúne poemas escritos entre 1956 y 1986, revela su vocación por los sentidos, a la manera de los simbolistas, para quienes el símbolo garantizó la creación de un arte literario ejercido entre nosotros por el “padre soltero de la poesía mexicana”, Ramón López Velarde.

En Para llegar a la ciudad, Gutiérrez Vega dice:

La hora para llegar
debe ser la del crepúsculo,
cuando el sol toca las torres
y la iglesia hace indecisos
los contornos dorados.
El campo
en forma de millones de pájaros
invade la ciudad.
Tiembla el laurel
visitado por las alas,
y la tarde es un canto incesante
que sólo puede descifrar el viento.

El autor nos conduce a vivir la nomenclatura de las cosas en un juego de espejos, a contemplar la morada del vidente que abandonamos, al viudo, al tenebroso (Nerval dixit).
No es arbitrario nombrar en estas líneas a José Carlos Becerra, amigo y compañero de viaje de quien hablo; un verdadero poeta escribe siempre conversando con los difuntos. La travesía ocurre en la urbe que Becerra evoca:

La ciudad se ciñe al anochecer como una corona
Arderé como la invención de la tarde,
como el bosque que se ha puesto a pensar en la lluvia,
como la sonrisa que toma forma de anillo
y rueda de una mano silenciosa.

El tema del viaje está presente en Gutiérrez Vega y en José Carlos como en el “grupo de forajidos” que fueron los Contemporáneos, quienes con notable rigor asimilaron el taoísmo chino, doctrina que sostiene que es posible viajar sin moverse de su sitio. Con Baudelaire el “archipiélago de soledades” creyó que los auténticos viajeros “son los que parten por partir.» El «viaje inmóvil», practicado por Gorostiza, está «Muerte sin fin» como la experiencia de quien sabe de su existencia por el sólo anhelo de sumergirse en un vaso de agua; en Ortiz de Montellano sucedió «A través del cielo», en Jorge Cuesta resuena el «Canto a un dios mineral», en Gilberto Owen emergió «Sindbad el varado», en Xavier Villaurrutia hubo «Nostalgia de la muerte» y con Elías Nandino se escribió la «Nocturna suma», por mencionar algunos.
Después del “grupo sin grupo” pocos escritores han continuado con la tradición diplomática y de divulgación de la cultura mexicana en el exterior. Salamanca, Londres, Grecia, Brasil y Puerto Rico son algunos lugares registrados en estas peregrinaciones, a manera de bitácora, donde el navegante reconoce el transcurso de altamar que es la poesía.
Perteneciente a la Generación del Cambio de escritores nacidos entre 1928 y 1940, Gutiérrez Vega se encuentra entre quienes nunca asumieron pertenecer a una coincidencia generacional, no así en las propuestas estéticas de una nueva sensibilidad en la que se inscriben José Emilio Pacheco, José Carlos Becerra, Homero Aridjis, Víctor Sandoval, Eduardo Lizalde, Francisco Cervantes y Juan Bañuelos.
Alfonso Reyes relata del poeta persa Omar Khayyam que, sentado bajo la sombra de un árbol, el bardo disfrutaba de una botella de vino y del canto de un pájaro cuando apareció un cazador que apuntó su arco al ave y la mató; Khayyam se levantó furioso y arrojó “chorros de versos” para suplir la belleza del canto interrumpido. Igual que Khayyam, Gutiérrez Vega celebra con su poesía los sentidos del mundo en sus Nuevas peregrinaciones (1986-1993):

El poema solo se juega su aventura.
Es o no es,
crece o se desploma,
y cuando cae es un árbol abatido
por el furioso viento.
Las ramas en el viento,
a pesar del fracaso,
siguen verdes
y tal vez algún pájaro
venga a posarse en ellas
pensando que están vivas.


Ricardo Venegas (San Luís de Potosí, 1973), dirige al revista Mala vida y es becario del Centro mexicano de escritores.

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