Felipe García Quintero

El vacío el aire

En la muerte las palabras a la muerte.
Humo de victoria, huesos y más huesos el tributo.
En la cima del aire el eco de un cielo roto me interroga.
El silencio del cuerpo:
La desnudez en que duermes. El sueño que te cubre.

*
Si el eco del sendero respondiera a nuestro silencio de ser piedras del río abandonado por sus aguas.
Si la muerte se alejara con el canto. Me digo.

*
Al camino de la voz vacía. Mi silencio de ti, tuyo.
Perfecto deseo de ser nada.

*
Un gesto es apenas el nombre. Otro el rostro.
Y en la suma del vacío la resta del cuerpo brilla.
Mas, si lo que se despide de las manos, de las manos brota ¿es la ausencia la escritura?

*
Miro mis ojos. Vicio de oscuridad.

Y el cuerpo en que insiste la vida –agua primera, fuente antigua- el único camino en la noche escrito.

Cruz del infinito
¿quién puso el cielo en tu nombre?

*
La muerte te hace animal humilde. Me digo.

*
Si todo lo que calla es un perfume, en la rosa de la espera florece la espina.

*
Como fiebre de río vagar desnudo de piedra en piedra sin al cabo tocar las puertas de una oración.

*
El viento en la piedra. Silencio del aire.

*
Y feliz el niño va entre la multitud perdido.
A la sombra del mediodía juega en el laberinto de una ronda.
Con la oración viene la noche. Llega con el llanto del cuerpo mudo.

*
Rodar de piedras. Música humana.

*
Donde la infancia sueña, la mirada despierta junto a las piedras.
Y el miedo entre los árboles, otro follaje.

*
¿Casa el lenguaje?
¿Vivos la vida?

*
Las cosas acallan la voz de las cosas.
Sólo quien retirado del mundo habla de su mundo entiende tanto silencio. El vacío del aire.
Cuando el lenguaje –agua de ruego- es piedra de sacrificio.

*
Soplo a soplo la piedra es viento
y arde el aire soplo a soplo
en la sangre las llamas del cuerpo.

*
Vuelve la pregunta lejana en su eco.
Como el espejo no cesa de mentir que estamos vivos.

*
Saber de las alturas:
un animal más, el aire.

*
En una oración de domingo, la voz acallada del que enciende la cerilla de la vida en las manos como una luz de ceniza para los labios, donde el rojo no quema.

Y muerto flota el río sobre el agua.

*
Pregunto a mis ojos por mí.

Con mi voz –pastor del aire- me abrazo en silencio a este corazón cansado de repetir sin cesar su fin.

*
Pero ¿a quién entregar, piedra por piedra, las ruinas de la voz?

Ese rostro donde jamás estamos.

*
Cuerpo deshojado
el aire que respiro.

*
La voz oscura entre los pasos camina.
Y mi sombra –vacío encendido- es la espera del cuerpo.

*
El vacío, esa montaña del aire.


Felipe García Quintero (Bolívar, 1973) hizo estudios de Literatura en la Universidad del Cauca y dirige la revista de poesía Ophelia. Recibió el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de Colombia.

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